Sábado laborable

Queridos lectores, ¿qué tal estáis? Yo un poco chunga, la verdad. Tengo uno de esos días malosos en los que cuando instagram te pone un anuncio de cochecitos de bebé le das con furia a ocultar anuncio, y cuando instagram, sorprendido, te pregunta por qué no quieres ver ese anuncio le respondes PORQUE LO ENCUENTRO OFENSIVO.

Desde siempre yo he encontrado muchas cosas ofensivas, y esto es algo que normalmente sólo me trae problemas. Por ejemplo, hace poco encontré por fin trabajo, y no he aguantado ni un mes porque encontraba ofensivas mis condiciones laborales, si bien no el trabajo en sí. Y ahora estoy aquí otra vez, escribiéndoos, que es lo único que me hace un poco feliz. Pero en general estos días estoy siendo bastante infeliz, no os voy a mentir.

Otra cosa que me pone un poco triste y que he descubierto recientemente es que algunos de vosotros, queridos lectores de este marginal blog, pensáis que las cosas que cuento aquí son inventadas. Tal vez sea porque os parecen demasiado ridículas, o demasiado exageradas, o demasiado inverosímiles, y por mucho que yo os diga que no, corazones, que esto que os cuento es mi puta vida, a algunos os resulta difícil de procesar.

Por eso para la entrada de hoy he decidido, en vez de simplemente gruñir sobre la absurdidad de nuestro mundo contemporáneo y sobre gente que se limpia el culo con convenios laborales, escribir un relato de ficción inspirado en mi última experiencia en el mundo del trabajo. Así, estará en vuestra mano decidir qué cosas me han pasado de verdad tal y como las escribo y cuáles son producto de mi desmesurada imaginación; qué afirmaciones son un reflejo de lo que yo realmente opino y cuáles son una irrespetuosa parodia de vuestros más firmes principios morales. Y nos sentimos todos menos incómodos.

Sólo un consejo: bien sé yo lo fácil que es que se confundan la realidad y la ficción – no por nada escribí una tesis doctoral al respecto – pero por eso mismo os invito, queridísimos lectores, a que os cuestionéis más a menudo en vuestro día a día los límites de estas dos dimensiones en apariencia tan diferentes. Porque es igual de peligroso pensar que algo ficticio es la realidad, como le pasaba a don Quijote, que interpretar algo que es real como si fuera mera ficción, como hace mi ex-empleador con el Estatuto de los Trabajadores.

Y sin más preámbulo ni moralina, os dejo que leáis, o que no leáis porque os parece demasiado larga y no tenéis tiempo para la literatura en vuestras vidas adultas, esta fábula que he titulado Sábado laborable.

Besitos.

 

SÁBADO LABORABLE

Son las 8:04 de la mañana del lunes, en un vagón de la línea dos. Por encima del silencio amodorrado de sus ocupantes sólo se oyen las protestas de una niña de tres años, vestida con un babi verde, no rosa – para no inculcar en los infantes precoces estereotipos de género – con el anagrama de un colegio privado del barrio de Salamanca bordado en la pechera, que se niega a sorber el colacao de un termo de Frozen que su madre le acerca a la boca.

¡No, no quiero colacao! ¡Mamá mala!

Tienes que terminar de desayunar antes de ir al cole, Ana, responde Mamá Mala, hasta que Papá, Magnánimo, levanta una mano para que Mamá Mala se calle.

Bueno, si mi niña no quiere colacao no pasa nada, dice meloso, y en lugar del termo le ofrece a la Niña Ana su teléfono móvil.

¡Baby shark! ¡BABY SHARK!, exige ella. Su padre se acuclilla a su lado, manteniendo el equilibrio para no caerse con el movimiento del tren, y sostiene el teléfono a pocos centímetros de la cara de la niña, que de inmediato se calla y mira embelesada la pantalla.

Claudia espía las miradas de interés de los otros viajeros hacia Mamá Mala y Papá Magnánimo Acuclillado y, como ellos, también escucha la conversación que mantiene la pareja aprovechando la pasajera docilidad de su retoño.

¿Y qué vamos a hacer con las actividades extraescolares? O sea, imagínate que se solapan los horarios de inglés y de ballet. ¿A qué la apuntamos?

Pues a inglés, claro.

Claudia siente unas inexplicables ganas de abofetear a la Niña Ana, y a sus padres, y de decirles que dentro de veinte años, cuando salga de la universidad, la Niña Ana no va a servir para nada, por mucho que ahora vaya a un colegio de monjas y se apunte a inglés. Pero Claudia espera que para entonces ya se haya extinguido la especie humana, de todas formas.

¡Me hago caca! interrumpe la Niña Ana, gritando por encima de la musiquilla desquiciante de los dibujos animados.

Mamá Mala y Papá Magnánimo, azorados, discuten ahora cómo lidiar con la nueva crisis.

Tendrá que aguantarse hasta que lleguemos al cole. Te dije que no era buena idea darle el zumo de naranja después de la leche.

¡Me hago caca! ¡ME HAGO CACA!

¿Pero qué dices, mujer, cómo se va a aguantar? En la siguiente nos bajamos y que lo haga en la rejilla del andén, y luego limpiamos un poco el suelo con clínex si se sale algo fuera. Es una emergencia.

Y después, silencio. De pronto, un olor fecal invade el vagón, seguido de un agudo llanto lastimero. La Niña Ana se lo ha hecho encima.

Claudia se baja en Príncipe de Vergara.

***

Por el camino desde la boca del metro hacia la oficina, Claudia reflexiona sobre su nuevo trabajo. Ha empezado hace pocas semanas, y ya tiene ganas de pedir la cuenta. Pero tiene que aguantar. Aguantar es bueno. Aguantar en el trabajo. Aguantar en la máquina de elíptica en el gimnasio. Aguantar sin respirar cuando los otros niños te hacen una aguadilla en la piscina. Aguantar sin correrse. Es tántrico, o no sé qué. Aguantar sin cagarse encima en el metro, como la Niña Ana.

Como es nueva, Claudia todavía se siente incómoda entre los otros compañeros, por eso si llega unos minutos pronto prefiere quedarse en la calle, haciendo como que mira algo en su teléfono, en vez de hacer lo mismo arriba junto a la máquina del café. Como no tiene mensajes nuevos, consulta los titulares del día en el periódico digital que más le gusta leer, porque no le hace cuestionarse ninguna de las cosas en las que siempre ha creído.

SE CONFIRMAN LAS SOSPECHAS SOBRE LA TESIS DOCTORAL DEL PRESIDENTE DEL GOBIERNO. SECCIONES ENTERAS DE LA BIBLIOGRAFÍA HAN SIDO PLAGIADAS DEL LISTADO DE LA LETRA ‘M’ DE LAS PÁGINAS BLANCAS, REVELA UN SOFISTICADO SOFTWARE ESTADOUNIDENSE.

El día en el trabajo se hace largo y corto a la vez. Largo cada vez que Claudia levanta la vista hacia el reloj de pared y sólo han pasado diez minutos, corto cuando por fin llega la hora de salir pero ya es de noche, y Claudia no tiene tiempo ni ganas de hacer nada con sus “ocho horas de ocio”. El trabajo que hace no le gusta lo suficiente como para pensar que va a seguir haciéndolo toda la vida, pero se implica demasiado como para poder desconectar una vez que termina su jornada laboral, por lo que pasa todo el día, todos los días, pensando en las cosas que ha hecho mal y en las cosas que debería hacer mejor, estresándose.

Tampoco ayuda que el grupo de whatsapp del trabajo no deje de recibir mensajes nunca, ni por las noches, ni los fines de semana. En la pausa para comer, Claudia se pone al día:

Pepa RRHH: olaaaa guapis, a quien le toca lavarle el coche al jefe esta semana? 🙂

JJ: yo! sabeis si hay guantes? La ultima vez me dio una alergia mazo de mala y luego si pido el día para ir al dermatologo no me lo pagais jajja XD

Pepa RRHH: los guantes los tiene q poner cada uno, pero si quieres puedes comprar unos en recepción. Y porfa recuerda sacudir las alfombrillas bien, q tengo en tu ficha q la ultima vez quedaron miguitas debajo del asiento del copiloto 🙂

JJ: okk graciass!

Además de los mensajes de whatsapp, Claudia tiene otros tres emails del trabajo, pero no los abre, porque sólo verlos en su bandeja de entrada le despierta en el estómago una incómoda sensación de pánico que no entiende muy bien. Decide volver al periódico de ideología amiga:

LA POLÉMICA CONTINÚA: LA UNIVERSIDAD FELIPE EL HERMOSO CONFIRMA QUE EL TÍTULO DE LICENCIATURA DEL PRESIDENTE DEL GOBIERNO TAMBIÉN ES FALSO: “EL ALUMNO NO FIGURA EN NUESTROS ARCHIVOS”

La llegada de un nuevo email interrumpe su lectura, pero este sí lo abre porque el asunto es HORARIO SEMANA ACTUALIZADO:

Hola guapi, te mando tu nuevo horario para esta semana, a ver si ya no cambia más, jaja. Te hemos añadido unas horas para esta tarde que te encajaban súper bien. Feliz lunes! 🙂

Como las otras semanas desde que empezó a trabajar aquí, el horario de Claudia se compone del doble de horas que figuran en su contrato, distribuidas entre las 9 de la mañana y las 10 de la noche. Claudia se siente una floja porque estas semanas le ha costado muchísimo mantener ese ritmo, y se ha tenido que meter en la cama nada más llegar de currar.

Pero lo que más le jode es trabajar los sábados y no tener más que un día de descanso. El sábado pasado salió con unos amigos después del trabajo, pero estaba tan cansada que la cerveza sólo la adormiló más, y se fue a casa muy pronto, pensando que si trasnochaba y el domingo se levantaba tarde, después no podría conciliar el sueño por la noche, y el lunes ya se levantaría agotada por no haber dormido lo suficiente.

Cuando ve que esta semana otra vez le han puesto varias horas el sábado, Claudia vuelve a sentir esa sensación de pánico que ahora asciende desde su estómago hacia la garganta. Claudia ya ha trabajado seis días a la semana en el pasado, por eso no entiende cómo es que le está costando tanto hacerlo de nuevo.

Vale que la otra vez que estuvo trabajando a este ritmo petó y le acabaron recetando antidepresivos, y que un día se desmayó en la calle de pura extenuación y se partió la cara contra el suelo, y que tuvo que volver a vivir con sus padres, donde estuvo meses en paro hasta encontrar este trabajo que tiene ahora. Pero eso fue porque no se lo montó bien, se juntaron más cosas. Esta vez Claudia se había prometido a sí misma que iba a aguantar.

A pesar de todo, en un impulso irracional, decide hacer algo de lo que sabe que se arrepentirá, que es ir al despacho de la persona encargada de distribuir las horas y NEGARSE a trabajar el sábado. Sabe que puede negarse, porque su contrato es de lunes a viernes y no de lunes a sábado, pero aún así le parece una osadía.

Encuentra a la persona encargada de los horarios comiendo de un tupper que despide un potente olor a verdura hervida, delante de la pantalla del ordenador.

Perdona, ¿tienes un momento? Me acaba de llegar el horario actualizado para esta semana, y el sábado es que ya tengo un compromiso, le dice, pensando en los planes que tenía para el sábado: levantarse sin poner el despertador, leer un libro, masturbarse, hacer una cabeza de animal mitológico de papel maché. Siente cómo se sonroja un poco, al pensar en lo aburguesada que está siendo por exigir un fin de semana libre, cuando en realidad no tiene ningún compromiso especial que pudiera impedirle trabajar ese día.

La persona de los horarios la mira con extrañeza.

Lo siento pero tenéis que adaptaros a las necesidades de la empresa. Estás contratada en cualquier horario de lunes a sábado, y en esos días necesitamos disponibilidad absoluta de los empleados, le responde.

Pero mi contrato es de lunes a viernes, contesta Claudia, y además en el convenio pone que…

Ante la palabra “convenio”, la persona de los horarios escupe involuntariamente una ráfaga de quinoa sobre el teclado del ordenador.

Vamos a ver, ¿pero para qué te has leído el convenio?, interrumpe a Claudia con alarma. Todo lo que tienes que saber está en el Manual del Buen Proletario. Recibiste una copia al firmar, ¿verdad?

Sí. Pero en el contrato que yo he firmado…

Preferimos que nuestros empleados no lean el contrato, la corta la persona de los horarios, limpiándose con los dedos los restos de aceite de la comisura de los labios.

¿Tampoco el contrato? Claudia sabía que se la jugaba hablando de convenios, pero el contrato creía que se podía leer. Aunque nunca antes de firmarlo, claro. No se puede empezar en un trabajo nuevo ya desconfiando.

No. Eso también está en el Manual, lo sabrías si te lo hubieras leído. Y ahora, si no te importa, tengo un montón de trabajo.

Claudia vuelve a la esquina de la sala común en la que se termina, de pie porque todas las sillas están ocupadas, su bocadillo de queso. Está un poco seco. Mira fijamente la pantalla del teléfono, aunque casi sin leer.

LOS RESULTADOS DEL EXAMEN DE SELECTIVIDAD DEL SEÑOR PRESIDENTE: ¿TAMBIÉN AMAÑADOS? “SI HUBIERA SIDO ALUMNO MÍO ME SONARÍA. YO NUNCA OLVIDO UNA CARA”: PROFESOR JUBILADO NIEGA QUE EL PRESIDENTE DEL GOBIERNO CURSARA LA SECUNDARIA EN SU CENTRO.

El resto del día transcurre lento, lento. Una idea radical, revolucionaria, empieza a fraguarse en el cerebro de Claudia.

Va a dejar este trabajo de mierda.

Y lo hace, cuando va en el metro al final del día, de vuelta a casa. Envía un email a recursos humanos – asunto: Dejar la empresa – y ya está, lo ha hecho. Como sigue en periodo de prueba ni siquiera tiene que volver mañana. Repentinamente se siente libre, una inconformista, una antisistema, pero en plan bien. Tal vez incomprendida por la sociedad, sí, pero amparada por la certeza de saber la vida que quiere y la que no, de saber que nunca, nunca, se conformará con menos.

En la siguiente parada sube a su vagón de metro un señor roñoso y desdentado con una guitarra, y todo el mundo, instintivamente, aprieta con más fuerza contra sí sus pertenencias al verle. Se relajan cuando el señor rompe a cantar una copla conmovedora, que dice algo así: todos me dicen lo bien que canto y que debería irme al extranjero a hacer fortuna, pero por qué haría yo algo así, si en España están toda mi familia y amigos y las cosas más hermosas. La copla termina con un desgarrador si el Señor quiere que triunfe, en España triunfaré, que arranca un sentido aplauso y oles a todos los pasajeros.

Entusiasmo general. Como en España, en ningún sitio. Tintinean las monedas de cobre en el vasito de plástico no reciclable que el señor desdentado pasa entre los viajeros, pero una vez que se baja y se oye el pitido que anuncia el inminente cierre de puertas, la sensación de euforia se disipa. ¿Y si el Señor no quiere que triunfemos?, se pregunta un coro de voces mentales. Las puertas se cierran y el vagón atestado de gente trajeada, cansada y sudorosa continúa ruta hacia cientos de hogares de extrarradio y cenas precocinadas frente a la tele, descanso, y mañana más.

Claudia, que también se había emocionado con la copla del señor roñoso, siente ahora una leve incomodidad, que asciende otra vez desde su estómago hacia la garganta. ¿Pero no era el trabajo de mierda lo que le causaba esa sensación tan desagradable? Decide bajar en la siguiente parada e ir a un bar a tomarse algo, para sentirse mejor. Cuando sale del vagón, varias personas se agolpan en el andén delante de los televisores. Al pasar, Claudia oye la voz de la reportera amortiguada por el sonido del tren en movimiento, pero apenas le presta atención.

…LA MERA EXISTENCIA DE NUESTRO PRESIDENTE ESTÁ EN TELA DE JUICIO. INTERIOR CONFIRMA QUE “NO EXISTE DOCUMENTO DE IDENTIDAD EMITIDO A NOMBRE DE DICHA PERSONA”. MONCLOA HA CONFIRMADO QUE EL PRESIDENTE HABLARÁ ANTE LAS CÁMARAS EN POCOS MINUTOS…

En el bar en el que entra Claudia sólo tienen tercios de Mahou sin gluten, así que se toma una caña aguada de Cruzcampo. Pensaba que se sentiría mejor de inmediato al liberarse del trabajo de mierda, pero ahora se siente prisionera de algo mucho más angustioso, de la eterna, ineludible pregunta

¿Qué voy a hacer ahora con mi puta vida?

Claudia intenta no dejarse llevar por el pánico. Hay miles de opciones posibles ante ella. Puede invertir 5000 euros en hacer otro máster, comprando así tres meses de prácticas no remuneradas en una empresa del sector de su elección. Puede opositar, o darse de alta como autónoma y vender manualidades online. O pedir un préstamo a Cofidis y abrir un 100 Montaditos en su barrio. O quemarse a lo bonzo en un mitin de Ciudadanos.

O puede encontrar otro trabajo de mierda como del que se acaba de ir, y prometerse a sí misma otra vez que esta vez no va a dejar que acapare todo su tiempo y su energía, que cuando llegue a casa de la oficina todos los días va a ponerse a escribir y que, cueste lo que cueste, va a terminar esa novela que lleva años escribiendo, y se la van a publicar, y va a ser famosa. Y Claudia por fin va a poder vivir de lo que siempre ha deseado, que es escribir artículos bien redactados en periódicos de pseudoizquierdas criticando todo lo que no le gusta porque puede, sin tener que argumentar sus opiniones personales, como hacen todos los escritores a los que admira.

Alguien en el bar ha pedido al camarero que suba el volumen de la tele, y esto saca a Claudia de su ensoñación. En la pantalla aparece el Presidente del Gobierno, guapo y bien afeitado como siempre, y por primera vez en todo el día Claudia es consciente de la importancia del momento político y social que atraviesa su país. Lee el texto que aparece bajo la imagen del gallardo Presidente.

ÚLTIMA HORA: EL PRESIDENTE DEL GOBIERNO PRESENTA SU DIMISIÓN: “TODO ES MENTIRA. NO SOY HUMANO. PIDO DISCULPAS”

Claudia está demasiado impresionada por el titular como para poder distinguir las palabras que salen de la boca del Presidente. Sólo ve que repentinamente se calla y, en un único, elegante movimiento que obviamente no es nuevo para él, el atractivo hombre en la pantalla pellizca la piel bajo su perfecta mandíbula y retira una máscara que se desprende fofa, revelando un rostro inquietante y grisáceo, de otro mundo.

¡La puta de oros!, exclama un parroquiano del bar de pie junto a la tragaperras, sin darse cuenta de que se le ha caído al suelo el palillo que sostenía entre los labios.

A la imagen del Presidente alienígena se superpone de pronto, en la televisión, una imagen del cielo nublado de Madrid, contra el que se recorta una mancha oscura que se desplaza a gran velocidad, haciéndose cada vez más grande.

ÚLTIMA HORA: UN OBJETO VOLANTE NO IDENTIFICADO, OBSERVADO EN LAS PROXIMIDADES DEL PALACIO DE LA MONCLOA. EL EX-PRESIDENTE: “LOS MÍOS VIENEN A POR MÍ”.

De pronto, Claudia sabe lo que tiene que hacer.

***

Claudia deja sin pagar la caña de Cruzcampo y corre a todo lo que le dan las piernas hacia Moncloa. A medida que se aproxima cada vez se encuentra con más gente, algunos curiosos que, como ella, van hacia donde ha aterrizado la nave, y otros que huyen despavoridos en dirección contraria. Sin miramientos Claudia se abre paso a codazos entre la multitud, hasta que por fin lo ve: un inmenso platillo volante como un exprimidor de aluminio, en mitad de la calle. Lo que parece una larga lengua metálica desciende desde uno de los laterales de la nave hacia la calle, y Claudia distingue la figura del Presidente al pie de la rampa, preparándose para subir.

¡SEÑOR PRESIDENTE, LLÉVEME CON USTED!, grita Claudia a pleno pulmón, corriendo sin detenerse hacia la nave, ante las miradas de horror de la gente que la rodea. El Presidente se gira. Aunque ya no lleva la máscara y su rostro ya no admite comparación con ningún referente humano, al acercarse Claudia reconoce sin esfuerzo la impecable estructura ósea de sus pómulos. Saber que media España secretamente envidiaba algo que siempre fue de factura alienígena la hace reafirmarse en su decisión.

Señor Presidente, por favor, lléveme con usted. No hay sitio para mí en este planeta. Claudia no está segura de si el Presidente la mira con burla, con indiferencia, con interés, o si la está mirando siquiera. Estoy ampliamente cualificada, añade, ante el silencio de él.

Entonces el Presidente se ríe suavemente. En el lugar de donde yo vengo no damos importancia a los títulos universitarios, contesta.

No me lo jure, piensa Claudia, pero suplica una vez más. Lléveme con usted. Trabajaré de lo que sea.

En ese momento, otro de los alienígenas que han bajado por la lengua metálica para recibir al Presidente tercia en la conversación. Lo cierto es que necesitaremos llevarnos humanos para muestras genéticas, y para continuar con la experimentación, Presidente.

El Presidente se vuelve hacia Claudia. ¿Te interesa?, le pregunta.  Te haríamos un contrato de tres meses para empezar, veinte horas a la semana, aunque esperaríamos que hicieras algunas horillas extra. Veintidós días naturales de vacaciones al año, novecientos euros brutos al mes, más lo que hagas extra. Y todas las horas se cotizan, claro.

Claudia duda un momento. ¿Pero y los sábados?, pregunta. ¿Se trabaja los sábados? El Presidente y el otro alienígena se miran con sus ojos vacuos un momento, y estallan en una carcajada.

No, mujer. Los sábados nunca se trabaja.

Claudia sonríe, aliviada, poniendo un pie en la rampa metálica. Entonces no hay más que hablar, señor Presidente. Yo soy la humana que buscan.

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